viernes, 23 de enero de 2009

Las formas del plagio

Desde hace algunas semanas a Coldplay lo persigue la sombra del plagio. Primero acusados por la entonces ignota banda neoyorquina Creaky Boards y luego por el guitarrista Joe Satriani, la canción Viva la vida fue blanco de críticas al sonar sospechosamente parecida a otras.

Lo cierto es que la tradición de la música popular está llena de estos pequeños déjà vu. Uno de los casos más resonantes tuvo a George Harrison como protagonista, allá por la década de 1970: se lo acusó de plagiar el tema He’s so fine, del grupo femenino The Chiffons, materia prima con la que se habría inspirado para componer My sweet Lord, uno de sus éxitos más espirituales y perdurables. Lo curioso del asunto fue el veredicto de la Justicia, al dictaminar que el suyo había sido un plagio inconsciente, sin intención previa, lo que no eximió al ex beatle de pagar cerca de medio millón de dólares a los damnificados.

El terreno es espinoso cuando se trata este tema. Si en una composición el instrumento más acentuado suena demasiado similar al de otra pieza –puede ser la melodía de voz, pero también el fragmento de un solo de guitarra, las notas de un saxo o cualquier sonido– ya se empieza a hablar de plagios u "homenajes", a decir de los más cínicos.

Hay un relato breve de Cortázar, llamado Posibilidades de la abstracción (puede leerse aquí), en el que su narrador cuenta que tiene la capacidad de extraer un objeto de su contexto para así observarlo en solitario. De esa forma, concentrado en tal asunto, puede anular al portador de un reloj de pulsera, por ejemplo, y observar apenas un metal cilíndrico que levita por el aire.

Esa visión poética de la vida se asemeja bastante al desarrollo del oído en el ámbito de la música. Un oyente medianamente avezado puede sustraer de determinada canción un instrumento en particular –aunque no sea el que más se destaque– y reproducirlo mentalmente sin los otros sonidos, mientras que el oído promedio tiende a fijar su atención en la melodía principal. Cuando se ejercita esa destreza de la abstracción instrumental (algo bastante frecuente entre los músicos que aprenden a tocar de oído), es común encontrar coincidencias dentro de diferentes canciones.

Esa cuestión está más presente en la armonía, es decir, las progresiones de acordes, y si se atiende a esto con demasiada precisión y suspicacia, se pueden hallar similitudes constantemente, aunque disimuladas o aplicadas para diferentes propósitos, por lo que en esos casos no se habla tanto de plagio como de influencias.

Hay otro aspecto dentro de las copias musicales que no está tan relacionado con la composición (la cuestión armónica), sino más bien con el trabajo del productor, que pone en práctica artilugios de estudio que se reiteran una y otra vez a lo largo de los discos para concebir música más o menos parecida. Llevada al extremo, esta cuestión da lugar a la llamada música enlatada, de bandas prefabricadas o músicos de laboratorio, con riesgo artístico nulo y un conjunto de profesionales detrás de algo que busca repetir una fórmula probada en otro momento.

El pop es prodigio en inventar esta clase de adefesios ya desde sus inicios, con bandas como The Monkees, que buscaba emular el éxito de grupos como los Beatles o los Byrds. El colmo, el punto más alto dentro de este patetismo cultural, llegaría a fines del siglo pasado con la creación y propagación de las boy bands (cuarteto o quinteto de cantantes y bailarines), proyectos surgidos de reality shows, blanqueando así públicamente que todo se trata de entretenimiento, y cuyos referentes eran otras agrupaciones surgidas de mentes poco ligadas al arte pero muy astutas para los negocios.

¿Utilizar un segmento musical ajeno para componer uno propio –como se lo acusa a Coldplay– es más o menos deshonesto que aplicar una receta masticada para forjar una carrera en el ambiente artístico? Si el talento es irreproducible y la mediocridad tan fácil de imitar, sólo nos queda estudiar los resultados para resolver ese planteo. Y entre Viva la vida y el último hit de Britney Spears no queda mucho margen para la duda, ¿o sí?