viernes, 24 de septiembre de 2010

Cronista de dos mundos

Nuestro Vietnam y otras crónicas
Aguilar
344 páginas
$ 65

Evangelios y apócrifos
Libros del náufrago
176 páginas
$ 35

Es la tarde del 2 de febrero de 2005 y las últimas luces del día se esconden detrás de las montañas serranas. En el predio hay más de 25 mil personas que miran con fastidio un escenario vacío, a estrenar por Charly García, el astro que lo bautizará y por el que todos han venido hasta la Comuna de San Roque. Pero Charly no llega y no lo hará hasta bien entrada la madrugada, porque tiene activado el modo say no more.

Entre medio de esas horas tensas y aceleradas que separararon la espera de la corporización de García en aquel Cosquín Rock, Daniel Riera fue parte de la comitiva que acompañó al músico, y posteriormente narró aquella experiencia alucinada. El resultado lleva por título “De gira con Charly” y es una de las crónicas que integran Nuestro Vietnam, reciente antología del periodista, escritor y uno de los editores de Barcelona. “La idea era seguir la caravana de Charly”, dice Riera para justificar una prosa sin comas, mucho más vertiginosa que aquella que Víctor Pintos redactó a instancias de José Palazzo para el libro del festival, que cuenta la misma anécdota.

Aunque contenga perfiles tan diferentes como el de Alanis Morissette y Jean Carlos, el corpus de Nuestro Vietnam no se limita a retratar estrellas. Riera también aborda las consecuencias de la dictadura argentina –desde los suicidios de los ex combatientes de Malvinas hasta el destino de Héctor Germán Oesterheld– y los posteriores años en democracia, o las pasiones nacionales, sean públicas (fútbol, política) u ocultas (magia negra, sadomasoquismo).
–De unos años a esta parte, las crónicas extensas casi han desaparecido de los medios gráficos nacionales. ¿El libro es la mejor opción para publicarlas?
–Es un costo muy grande hacer crónicas sólo para un libro, no sé si pensarlo directamente como única opción. La industria de los medios gráficos tiene un doble discurso. Queda muy bien elogiar a la crónica, muy pocos editores van a decirte que la detestan. Se llenan la boca diciendo que son lo mejor que hay, que al periodismo le viene bien, pero te pagan precios ridículos para hacerla. Y ahí te das cuenta que hay una ecuación que no sirve, existe una diferencia entre el discurso y la realidad.

Una de las unidades del libro incluye artículos acerca de brujos, sádicos o dobles de famosos, una galería de personajes bizarros que se titula “Terrestres extra”, suerte de lado B de la realidad que percibimos a diario. “A diferencia de temas como la democracia, que todavía trabaja sobre deudas pendientes, ese apartado tiene una intención lúdica –explica Riera–. Son las crónicas menos duras y oscuras, es una zona que responde a obsesiones personales”.

En relación al precio personal que paga el cronista al realizar artículos de esta clase, Riera sostiene que nunca se sale igual después de escribir sobre un tema al que se le ha dedicado tanto tiempo y energía. Un ejemplo claro de esto lo representa su pasión por la ventriloquia, oficio que conoció a raíz de una crónica en la que escribió sobre el Círculo de Ventrílocuos de Buenos Aires. “Además de periodista, uno es un ser humano, necesita comprender el foco de las cosas. Son realidades que te modifican como persona”, reflexiona y nombra a Paco y Oliverio, el espectáculo que lo tiene como ventrílocuo. Admite que ha progresado bastante en ese terreno: “Mi maestro de ventriloquia me dijo hace poco: ‘Te felicito porque lograste un desdoblamiento notable’. Yo pensé: ¿Me tengo que alegrar o me estaré volviendo loco?”.

Desestructurado
Suele haber cierto recelo mutuo entre periodistas de sensibilidad literaria y escritores de ficción. Conocedor de ambos campos, Juan Villoro declaró en una oportunidad que “los escritores y periodistas, al igual que los solteros y los casados, se envidian por razones que son tristemente imaginarias”.

Daniel Riera también escribe sobre aquello que no tiene anclaje directo en la realidad. “No todos los escritores le ponen la misma onda a la prosa periodística, algunos lo consideran como ganapán y lo hacen de taco para sacarse notas de encima. Lo hacen con normas básicas y se jactan de eso. Consideran que su imaginación es algo sagrado y la realidad es una especie de porquería para ser narrada. Es un problema de ellos”, plantea.

Evangelios y apócrifos es un extraño ejercicio narrativo. De a ratos, el argumento se sostiene a través de diálogos delirantes entre algunos de los personajes. Hay un periodista enfermo que busca a Cristos falsos para escribir un libro sobre ellos, un bibliotecario taciturno que desconfía del pasado de su mujer, un desconocido que interrumpe el relato cada tanto. Una idea esbozada en un momento puede adquirir la fuerza central del relato, como si el narrador intuyera que el lector quiere hacer click sobre alguna de las historias.

–El narrador de la novela está obsesionado con la estructura: determinada cantidad de capítulos con determinada cantidad de caracteres. ¿Es una parodia a ciertos escritores perfeccionistas?
–Es un juego. Se plantea una especie de corsé muy menor: equis cantidad de capítulos, equis cantidad de caracteres, casi como una nota periodística. Más allá de eso, la estructura de la novela es muy libre, para nada conservadora, porque no hay una única forma de narrar. Para algunos críticos, una novela es algo que tiene necesariamente introducción-nudo-desenlace. Lucrecia Martel declaró una vez que nada en la vida funciona así, sino que es una especie de árbol que va creciendo por todos lados, una forma de cuestionar esa forma tradicional de narrar.

–Yo lo relacioné con la lógica del hipertexto.
–No lo había pensado así, pero es una manera válida de pensarlo. La novela ha tenido buena recepción, aunque algunas reseñas criticaron la estructura. Y este es un país en el que la experimentación con la narrativa no ha faltado. Tenés autores como Lamborghini, Aira o Viñas, que han hecho cosas experimentalísimas. Cuerpo a cuerpo es una novela increíble donde Viñas se pregunta cómo narrar la dictadura, es la novela menos figurativa del mundo. Trabaja con la aspereza, el desmembramiento. Creo que algunos de los escritores de mi generación laburan en una dirección similar, inconscientemente. Cuando leí Los topos de Félix Bruzzone me entusiasmó mucho, sentí un espíritu de época compartido.

Publicado originalmente en VOS