miércoles, 22 de agosto de 2012

Una reinvención del pop

Sobre “El día de la lenteja”, de Fran Saglietti e Iván Pierotti

Algunas semanas atrás, la revista Scientific Reports publicó los resultados de una investigación con resultado alarmante: la música popular es cada día menos original. El grupo a cargo del estudio analizó muchísimas canciones (cerca de medio millón) y concluyó que las armonías se repiten con frecuencia, las melodías no muestran demasiada variación entre sí y los instrumentos que se usan para grabar son casi siempre los mismos, de allí que el sonido general sea tan parecido en los discos de hoy. El actual panorama de la música popular es bien conocido por artistas y melómanos, pero siempre se necesita un aval científico, algo con cierta materialización y argumentación objetiva, para poner el grito en el cielo y darle a la situación un carácter oficial.


Esto no debería escandalizarnos tanto. Si la música popular de hoy suena así, es porque por detrás hay una demanda que reclama esa falta de originalidad, una idea probada, masticada, que no permita el riesgo. Se trata de oyentes pasivos, cuya formación estuvo signada por canales tradicionales. Músicos jugados hay a montones, pero su propuesta apunta a un grupo reducido de receptores; no se pueden incluir en el casillero popular por la sencilla razón de que al público masivo esa música no le llega (le suena extraña, le hace ruido) o directamente no le interesa.

Cuando a finales de los años 60 la música pop atravesaba un proceso de encorsetamiento, grupos como los Beatles llevaron el formato canción a sus límites, pero no en cuestiones de armonía sino sonoras, y fundamentalmente a través de la experimentación en un estudio de grabación. Unos años más tarde, esa expansión buscó, esta vez sí, llegar por el lado armónico, lo que dio por resultado el rock progresivo o sinfónico, en el que los músicos componían música mucho más compleja, con largos pasajes instrumentales, acordes atípicos para el género popular y verdaderas proezas técnicas por parte de sus integrantes. Esa idea funcionó a medias, porque esa complejización pecó de grandilocuente y marcó un quiebre con el gran público, que muchas veces acusó a este género de alejarse de la emoción en pos del virtuosismo. La respuesta a esa situación fue el punk, una música situada en las antípodas de lo sinfónico: máxima simpleza, pura emotividad, falta total de pulido en la producción.

La facilidad con la que hoy se puede acceder a toda clase de información musical –desde las canciones más populares y comerciales hasta los experimentos más radicales– pone a cualquier músico frente a un desafío mayúsculo: destacarse en medio de un mar de propuestas infinito y con toda clase de variables.

Aun así, la música pop, que por su definición y sus características debe mantenerse “simple”, todavía encuentra caminos para su desarrollo, un desarrollo relacionado a la novedad, a cierta frescura, que en muchos casos tiene que ver con la escasez de recursos. De allí que muchos primeros discos de bandas, editados de forma independiente, sean los que más llamen la atención, por tratarse de situaciones donde lo lúdico impera por encima de las expectativas. Esa falta de recursos es un reto que algunos artistas reciben con los brazos abiertos.

Una gema entre las piedras
Hace unos días, unos amigos me mostraron El día de la lenteja, de Francisca y los Exploradores. Subrayo el “mostraron” porque se trata de un videoclip, y la mezcla de sensaciones que me produjo fue el resultado de la conjunción del sonido y la imagen. Se trata de una canción sencilla, de menos de tres minutos, pero con esa simpleza le basta para condensar un mundo adentro suyo.

Sus creadores son Fran Saglietti (músico) e Iván Pierotti (videoartista). Consiste en un solo plano secuencia, filmado adentro de un baño. Una vez que la cámara ingresa a esa pieza, nos encontramos con la figura central del relato, que lleva puestas unas antiparras salidas de una película de ciencia ficción. Hasta ese momento parece apenas un detalle ligeramente surrealista, pero esas antiparras de soldar comienzan a adquirir sentido cuando se muestra el instrumento que acompaña a Saglietti: una pequeña máquina de ritmos que provee las bases del tema y que él maneja a su gusto, como un científico mezclando sustancias químicas. Todos los sonidos de la canción están condensados en un aparato portátil, a excepción de uno: la voz (es decir: la línea melódica central), lo que le da organicidad a la situación y, primordialmente, emoción. Lo que produce ese shock es el personaje (no parece casualidad que el músico utilice un alter ego: Francisca), sus gestos, sus movimientos, su forma de actuar en el punto central del clip: cuando la música se reduce al mínimo, se quita esas gafas y mira por primera vez a la cámara, acaso como una forma de expresar desamparo. Fuera del cobijo de los sonidos, el artista y su sensibilidad quedan al descubierto. Una vez que regresa la base, se calza nuevamente esos lentes de científico loco y vuelve a tomar forma el personaje (el alter ego).

En la pieza donde el video fue filmado hay otro componente clave: un espejo. En ese plano secuencia, profundamente estilizado, la cámara acompaña al personaje pero de a ratos también se concentra en su reflejo (una segunda faceta, otro costado de la situación).

Por otra parte, el comienzo de la letra de la canción también marca distancia con cierta intelectualización del arte. Nos dice, a su manera, que el arte –esa cruda sensación de abrirse al mundo– debería ser una disciplina exclusiva de los sentimientos y no de la racionalización. Las dos frases iniciales apuntan hacia eso: “Si pienso pierdo el tiempo/ por eso nunca leo”. Y la tercera (“Trabajo aunque no quiero”) nos muestra la dualidad entre el hombre común (la camisa, el traje, la corbata) y el artista, dos mundos enfrentados: trabajar de algo que no gusta, obligado por la necesidad de subsistencia, porque sin trabajo no hay artista. Es decir, no puede vivir uno sin el otro (allí la imagen reflejada en el espejo adquiere mayor sentido).

También flota en el ambiente una especie de juego con el tiempo, una sensación de viaje. Habla de ver noticias por la televisión (el pasado, que refuerzan los versos finales: “Sé lo que ya pasó/ ya pasó/ mi vida ya pasó”) e incluso el título sugiere la temática (“Lenteja” se usa en el habla popular como sinónimo de lentitud, de movimiento pausado). Ese abordaje sci fi se termina de confirmar en la descripción del video, escrita por sus propios realizadores: “Francisca se aventura por fuera de la atmósfera de paz que nos suele regalar para traernos un mensaje del futuro”. Música que viene del futuro. O lo que es lo mismo: música que escapa del presente, de lo establecido, de esa monotonía dominante.

Si la ciencia establece que al pop ya se le agotó la novedad, entonces hay que comenzar a usar algunos recursos extra para hacer que la rueda aún siga funcionando hacia adelante y no como un loop. A través de su brillante simpleza, El día de la lenteja nos da una involuntaria lección sobre una forma nueva de abordar el pop.

2 comentarios:

pai dijo...

No puedo dejar de celebrar el hecho de que pongas en discusión este tipo de cosas. De todas formas, me encontré varias veces peleando con el texto.

En primer lugar, lo del aval científico me parece que es una cuestión a discutir. A mí, personalmente, ese estudio no me dice nada porque introduce un tipo de análisis que no tiene mucho que ver los tipos de materiales con los que se trabaja la música. Sería más o menos lo mismo que ponerse a ver los colores que se repiten en las pinturas. Lo armónico en sentido puro no creo que sea una fuente de originalidad. Puede ayudar y puede ser una puerta abierta a sensaciones muy distintas pero no creo que ahí esté el quid de la cuestión. Por eso, en algún punto, el repaso histórico ese que incluís no me termina de cerrar. Creo que es soslayar algo fundamental: la historia de la música pop está construida hegemónicamente como algo lineal pero entre medio de esa unidireccionalidad se abren mil caminos distintas. Resumir veinte años de música en un par de movimientos y contramovimientos me parece desacertado. Entiendo que no es el fin del texto y que era un recurso para mostrar las idas y vueltas de ciertos usos "aceptados" de la armonía. Pero no nos olvidemos que hay más que eso. El Punk, por ejemplo, le debe tanto al rock progresivo como a los discos de Bowie. No creo que sea todo estímulo-respuesta. Por lo menos intento no verlo así.

Después, decís que la gente demanda esas mismas fórmulas pero tampoco insinuás el rol de los medios en las formas de circulación de la música. Está clarísimo que la industria discográfica maneja parámetros que van mucho más allá de la idea de "originalidad". Frente a eso es muy difícil oponerse pero me parece que no se puede negar que hay muchas puertas abiertas. Uno también escucha lo que quiere escuchar, es cierto. Por curiosidad, por entorno, por herencia, por un millón de cosas. Pero no tener en cuenta los modos de ciruclación de la música popular es aportar a esa quietud al menos desde la pasividad del análisis.

Por todo eso, me parece genial el ejemplo que terminaste mostrando. Sinceramente, yo no encuentro varias de las cosas que resaltás de la canción/video. Simplemente no me llega de la misma forma que a vos. Pero sí me parece algo súper interesante para discutir y para abrir el juego. Los elementos de la canción, el rol del video y la construcción identitaria que planteás me parecen todos temas súper fértiles. Eso sí, creo que lo mejor de todo pasa porque pusiste en tela de juicio todo eso con una canción que está fuera de la telaraña mediática. Lo de Francisca e Iván está buenísimo que se conozca. Y más si es con una polémica de este tipo, una de esas que te ponen a pensar y a tejer argumentos.

Por último, quiero decir que me parece necesario que pongamos en cuestionamiento el valor de la originalidad. Esto tiene que ver con lo de la historia lineal que te decía antes y con lo que plantea tan zarpadamente Reynolds en Retromanía. Siempre va a estar presente pero no creo que podamos resumir la importancia de una música en ese factor. Igual, eso mejor lo dejamos para una futura discusión, no? Sino nos volvemos locos de entrada y no da.

Bien ahí José. Hacé conocer esto que está bárbaro! Y gracias por moverme la capocha un rato, abrazo!

José Heinz dijo...

Gracias por comentar, pai.

El estudio científico es claramente un hecho anecdótico, curioso, al que utilizo para darme pie y hablar del clip de Francisca, que me gustó mucho y es en donde pongo más en juego la subjetividad en todo el texto. Hay cierta ironía cuando me refiero al "aval científico para poner el grito en el cielo", que quizá pasa inadvertida. Por supuesto hablar de originalidad atendiendo sólo a la armonía es limitarse demasiado. Hay otras maneras mucho más sutiles (y, por ende, menos fáciles de analizar) para medir cuestiones de esa clase en la música.
El repaso rápido que hago (Beatles, rock sinfónico, punk) no pretende ser exhaustivo ni mucho menos: intenta mostrar algunos momentos (clave) de la música popular, en la que el sonido imperante entra en discusión a través de los mismos artistas. Curiosamente, tomé esos ejemplos (muy libremente) de artículos que leí en Después del rock, el libro anterior de Reynolds que se publicó acá. Hay uno muy conocido sobre el post-rock, en el que discute con un tal Carducci (no lo tengo a mano al libro, quizá lo bauticé de nuevo) acerca de si es más genuino tocar con instrumentos de "verdad", en situación "en vivo" en un estudio, o manipular los instrumentos a través de diferentes procesadores. Carducci se inclina por la "honestidad" del rock, mientras que Reynolds tira por el lado de la evolución, cuyos representantes, para él, son las bandas del post-rock. ¿Es más honesta una música porque suena-en-vivo? Para mí no, para nada, pero hay gente que piensa que sí, de la misma manera que para muchos alguien es "mejor músico" porque es técnicamente más dotado que otros.

El ítem "circulación de la música" me resulta mucho más difícil de discutir. Yo sí creo que hay una enorme cantidad de gente que demanda fórmulas probadas, al margen de lo que un artista, un medio o un sello intenten vender. Para mucha gente la música es un accesorio, un acompañamiento, algo que se disfruta, sí, pero que no se cuestiona o al menos no de la forma en que podríamos hacerlo nosotros. Entonces: puede tener consciencia de que hay mucho más allá de lo que escucha, pero no le interesa consumirla (también hay otra que le gustaría conocer más pero no tiene acceso, las posibilidades son infinitas).
Me quedan más cosas en el tintero, pero tampoco quiero aburrir (tanto). La seguimos en vivo y en directo. Abrazo.