miércoles, 12 de junio de 2013

Para el mejor lector del mundo

No le acerquen grabadores a Daniel Salzano. Le generan una especie de alergia, no los quiere en su radio de acción. Ahora hay uno apoyado en el escritorio de su oficina y lo observa como a un insecto, con una mezcla de desprecio y desconfianza. “La entrevista es un género espléndido, maravilloso, pero hay que eliminar intermediarios”, dice, y señala al intruso en su mesa de trabajo. Cuando se le intenta explicar algunas de las ventajas que supone grabar una conversación, Salzano inclina la cabeza a un lado, coloca el dedo índice sobre su sien derecha y le dedica al interlocutor su mejor mirada Clint Eastwood: ojos entrecerrados, gesto serio y fulminante.

“Creo que fue Paco Umbral quien dijo que no podía hacer reportajes si no le veía los zapatos al entrevistado. Sin ir más lejos, mirá: esto es una nota”, dice al tiempo que levanta su pierna derecha para mostrar sus zapatos Oxford combinados. “Todas las pelotudeces que diga no sirven para nada. Sirven para que ojalá te emociones un poco y a lo sumo pienses en la profesión que elegiste, pero la nota está acá, en los pies”, agrega el hombre de los zapatos elegantes, escritor, periodista y autor de la columna “Quiénes y cuándo”, que se publica todos los sábados en La Voz del Interior, diario en el que colabora desde hace más de cuatro décadas.


Buena parte de esa producción, una gran porción de ese camino escrito al calor de un cierre, es ahora editado en forma de cuatro libros. La “Biblioteca Salzano” compila sus artículos publicados en el diario a lo largo de los años, separados por temáticas, que en el caso de Salzano es lo mismo que decir pasiones: el arte, el deporte, el mundo y, por supuesto, Córdoba, la ciudad que lo obsesiona desde siempre.

–Si un mismo texto se publica en un diario y después en un libro, ¿estamos hablando del mismo texto?
–Algunos son distintos, otros no. Ya perdí el control de mis artículos. Alguna vez lo tuve, pero el control es indicio de miedo. En su momento dudás mucho, no querés que te pillen en falta. Y eso lastima tu producción, inevitablemente, o al menos lastima el sentido común del lector. Uno escribe para el mejor lector del mundo, para darle a ese guaso una ambición de leer. Yo pertenezco a una generación que no leía sólo para informarse, sino para conocer la opinión de ese medio. El diario se hacía cargo de la identidad y del sentimiento de Córdoba, una bellísima responsabilidad. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, pero qué felicidad. Nunca he sido tan feliz como escribiendo en el diario. Yo estaba seguro que, mientras sintiera esa felicidad, el trabajo estaba bien hecho. Hay que tratar de ser honesto, y hasta te diría que también ser bondadoso. No hay que espantar a ningún lector.

–¿Tuvo que releer muchos artículos para esta colección?
–¿Me creés si te digo que no releí casi nada?

–Le creo, pero quisiera saber si al volver a un texto que escribió hace más de 30 años todavía se encuentra allí, si percibe esa felicidad.
–Yo nunca escribí para el diario, escribí para los lectores. No podría aceptar que un texto mío dure 24 horas, porque me ha costado mucho más que 24 horas. Es algo pensado, pulido… Cuesta mucho aprender a escribir. Y ni te cuento lo que cuesta aprender a borrar. Algo así, con esa clase de producción, no puede ir al mostrador del carnicero para que envuelva una docena de chorizos. Entonces, a esos escritos los cobijás de una manera distinta, les das otra protección. Y ahí es cuando decís: “Esto es un libro, joder. Esto merece estar protegido por dos tapas de cartón”. Así es como yo pienso. Siempre he cuidado las portadas de mis libros, el tamaño… He trabajado horas enteras con (Miguel) de Lorenzi pensando que eso que hacíamos iba a terminar en un libro.


Chau, loco
“He releído algunas pocas notas”, reconoce Salzano. “Algunas no me gustaron, pero porque no estaban bien escritas, no por el contenido. Pertenecen a la época en que yo tenía mucho miedo. El escritor tiene que encontrar su identidad, hay que pelear mucho para finalmente decir ‘soy escritor’. Generalmente uno hace trampa, se hace el que escribe. No sé, poner adjetivos por todas partes, por ejemplo. Y no va por ahí, va por otro lado. De golpe, de tanto insistir, y fijate que digo insistir y no estudiar porque en la puta vida he estudiado, uno se da cuenta de que puede escribir en primera persona. Ahí se pierde el miedo y comienza a fluir la comunicación. Cuando fingís eso, es horrendo y el lector lo detecta en el acto”.

Salzano hace una pausa, como si después de masticar esas últimas palabras tuviera que tomarse un tiempo para digerirlas, respirar, tomar impulso. “Me impresionó darme cuenta que he pasado toda la vida escribiendo –sigue–. No he hecho otra cosa más que leer y escribir. Y ver películas, pero de una manera casi complementaria. Jamás haría una película, no sabría cómo hacerla, pero he escrito libros”.

–Y también algunas canciones.
–Ese es otro capítulo interesante, porque tu literatura, en poder de un músico, se convierte en otra cosa. Si estás parado en el mismo cuadro del tablero del músico sale una buena canción, o al menos algo decente. Por el contrario, si estás parado dos centímetros más allá, la cosa no funciona. El músico tiene el deber de acomodar en el aire las palabras que vos le das. Y si es posible, acomodarlas bien y mejorarlas. Ahora, si falla una de esas dos puntas… Es increíble la cantidad de malas canciones que se pueden hacer al momento de escribirlas. Por otra parte, hay algo muy importante que nosotros no detectamos: qué cosa incita a un músico a exponerse todas las noches para que lo escuchen cantar. Porque ese tipo, cuando deja de cantar, sea porque está viejo o porque se le va la voz, hace así... (Con su mano derecha, Salzano simula algo parecido a la caída de un avión.)

–¿Será porque es difícil, para alguien reconocido, dejar de recibir el cariño de la gente? Levantarse un día y, de golpe, que eso ya no esté...
–Lo has expuesto correctamente, pero Córdoba no es muy amiga de manifestar sus afectos ni sus desafectos. Una vez, cada tanto, pasa alguien y te dice “Chau, loco”. Eso te tiene que alcanzar para abastecer toda la necesidad de afecto que podés tener después de hacer un trabajo como éste. Hay sábados que salgo a la calle muy contento, porque he leído lo que he escrito y por lo menos hay dos notas que están buenas. Y se hace el mediodía, se hacen las 3 de la tarde, las 5, ya están trabajando para el diario del domingo, y vos no recibiste ni una sola respuesta. Y te preguntás “cómo es esto”. Bueno, así son las reglas del juego. Sería espantoso que todos los días te halagaran, pero vos necesitás un indicio. A lo mejor nada más que eso: un “Chau, loco” pronunciado en el momento indicado. Pero el cordobés no es muy dado a esas cosas.

–Salzano y Córdoba, el mundo, el arte, el deporte. Esta colección de libros deja la impresión de que estamos frente un omnívoro al momento de escribir. ¿Es así? ¿De qué tema no escribiría?
–Me cansé de escribir de la política y los políticos. Entré a trabajar en el diario en 1968. Ahí me di cuenta de que podía escribir sobre todos los temas, porque era un tipo que leía mucho. Escribía de noche en mi casa, me preocupaba mucho. Pero había un tema, que era la política, que solamente lo podía desarrollar en base a un conocimiento que no tenía y a una intuición que no percibía. Entonces terminaba escribiendo siempre lo mismo. Podía escribir sobre Mitterrand porque lo sostiene una cultura sólida, podía escribir sobre Felipe González porque yo había vivido en España, porque tenía pinta de amigo. Eso era fácil, pero cuando te metías en casa, en lo doméstico, no encontrabas un solo referente que te emocionara. Entonces me dije: me voy a alejar de esto. Y creo que hice bien, porque gané tiempo. Estoy seguro de que si escribiera ahora mismo sobre política estaría diciendo lo mismo que hubiera dicho en el año ‘50. Y eso me parece un fracaso rotundo.

Publicado originalmente en Ciudad X

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